Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis – Comunicación y Asuntos Públicos; máster en Ciencia Política UC
El triunfo del Rechazo estaba en los pronósticos de muchos, pero no su amplitud y la masividad de la participación electoral. Estos últimos factores podrían generar efectos y permiten sacar conclusiones cuyo alcance va más allá del itinerario constitucional, cuyos tiempos y condiciones actualmente están negociando los partidos. A continuación, paso a enumerar tres que me parecen especialmente relevantes.
Una nueva oportunidad para los partidos: especialmente los que gobernaron entre 1990 y 2022, fueron los grandes perdedores en la elección de convencionales y presidenciales de 2021, profundizando un proceso de desafección que lleva décadas. La invisibilidad de los partidos fue, además, un eje central en la estrategia con que el Rechazo logró el triunfo. Sin embargo la política, y particularmente la comunicación política, funciona fundamentalmente por contrastes. Lo bueno y lo malo dependen de aquello con lo que sean comparados. Por eso, paradójicamente, sin que haya ningún indicio de recuperación de la confianza pública hacia los partidos, estos podrían mejorar su posición por efecto de contraste con la actuación de los independientes de la Convención. Para lograrlo, deberán ser capaces de ofrecer orden y acuerdos que produzcan progreso en materias relevantes, y de aislar a los extremos del protagonismo que han tenido en los últimos años. El primer desafío es, evidentemente, que los partidos logren un acuerdo para continuar el proceso, dando un espectáculo radicalmente distinto al que ofreció la Convención. La ventana de oportunidad es estrecha, pero aprovechada inteligentemente, podría, por ejemplo, darles a los grandes partidos mayor control sobre las listas ante una eventual nueva elección de constituyentes, y generar consenso sobre la idea de impulsar un sistema electoral que ayude a revertir la fragmentación del Congreso.
El pluralismo entra en crisis: desde el reemplazo del sistema binominal -uno que pecaba de poca representatividad- a partir de la elección de 2017, nos movimos hacia el otro extremo, con un sistema que promovió un pluralismo excesivo, desplazando los incentivos desde los acuerdos hacia nichos electorales. El resultado fue una fragmentación polarizada y un aumento de la conflictividad, que tuvo su mayor expresión en la Convención Constitucional, cuya composición incluyó a un 28% de representantes electos con menos del 5% de los votos. Probablemente encontremos en las coaliciones tradicionales la voluntad de volver a un sistema que ofrezca un mejor equilibrio entre representatividad y gobernabilidad, que no premie tanto a los grupos identitarios como a los candidatos con propuestas programáticas amplias, y que obligue a que una mayor parte de los conflictos sean procesados dentro de las coaliciones.
Un descontento persistente: el triunfo de la Presidenta Bachelet en 2005, para luego suceder al Presidente Lagos, fue la última vez que un proyecto político logró ser ratificado por el electorado. Desde entonces, se eligieron cuatro mandatarios de signo opuesto al anterior. Algo similar ocurrió en el proceso constituyente, en que pese al contundente mensaje de cambio que significó el triunfo del apruebo en 2020 -profundizado con la elección de convencionales- finalmente la ciudadanía rechazó largamente la propuesta de este órgano. De alguna manera, las personas vienen votando “rechazo” en la mayoría de las elecciones de los últimos 13 años. Dependiendo de quién gana, hemos ido pasando desde el cambio estructural a la conformidad con el statu quo, como si no hubiera ayer. Este naufragio nos ha costado caro. Los partidos que actualmente negocian la continuidad del proceso constituyente, deben poner en práctica un principio profundamente democrático: el ganador no puede pretender ganarlo todo, y el perdedor no merece ser condenado a perderlo todo.
Columna disponible aquí https://www.latercera.com/opinion/noticia/tres-efectos-del-rechazo-en-nuestra-democracia/KL4AT4JARRCILME5XYY7DLMFTQ/
*Imagen de La Tercera